Roma I

 EN LA CIUDAD ETERNA

26 de mayo, Lunes

Itinerario: Roma. Plaza de España, Fontani di Trevi, Iglesia San Ignacio de Loyola, Panteon, Plaza Navona, Vaticano.

Pernocta: L.G.P. - Camper Parking . Roma. (41.8748, 12.5544).30 euros

Nos despertamos, como siempre a las 6,30 y nos quedamos hasta las 7.45 descansando. A las 9,15 nos preparamos para emprender la “exploración” prevista para hoy. Comenzaremos por la Plaza de España.

Esperamos casi 15 minutos a que venga el tranvía cochambroso. De nuevo, igual que ayer, no funcionan los tickets. Una vez en Termini nos dirigimos al metro. Yo creo que andamos unos 300 m. pero se me hizo largo. La estación de metro está al final de todo el complejo de Termini que alberga trenes y autobuses.

En Roma solo hay dos líneas de metro: la A y la B. La nuestra es la A hasta Plaza de España, a unas cuatro estaciones de Termini.

Salimos  del metro y guiados por el navegador nos dirigimos a la Plaza de España que localizamos principalmente al ver una multitud de gente parada y agolpada frente a la escalinata.

Hace 40 años no había tanta. Hace 40 años pocos viajaban y menos sin ir en un grupo. Nosotros entonces lo hicimos con nuestro R-11 y una tienda de campaña canadiense  de esas en que había que vestirse tumbado. Y el recuerdo especial y único que tengo en esta plaza en aquel entonces es quedarme dormida, tal cual, sentada en uno de los escalones de las escaleras. Esto es cierto. Fue una cabezada de segundos, un minuto máximo, pero ya lo creo que la eché. Y es que entonces nuestros viajes eran mucho más duros y consistían en conducir, caminar, montar y desmontar tienda, todo a diario, desde que comenzaba el día, hasta terminar. Prácticamente sin parar. Ahora…todo, todo ha cambiado. Ni mucho menos podríamos seguir ese ritmo enloquecido que nos hacía perder algún kilo que otro, por no decir en plural,  en quince días.

Desde abajo contemplamos su monumental  escalera del siglo XVIII que ascendía creando, como hace 40 años, una sensación de magia, que fue rota casi de forma inmediata por la cantidad de gente que con sus ropas de colores la llenaban.  Arriba se recortaba la silueta de la Trinità dei Monti con su doble campanario. Y también sentí nostalgia.

Su nombre se debe a la proximidad de la Embajada de España ante la Santa Sede, a donde nos dirigimos entre oleadas de turistas y después, sumergidos en ellas, nos encontramos con la Fontana de Trevi.

En nuestro camino pudimos observar que el centro de Roma estaba más limpio que lo que pudimos ver ayer, pero el recorrido se vio empañado por los ríos y ríos de gente que iba y venía. Era extremadamente fácil que un grupo te fagocitara por lo que yo cuando coincidía con alguno aceleraba el paso para salir de él, porque realmente me agobian. Pero casi era misión imposible porque salir de las garras de uno significaba entrar en las de otro. Y me pregunté que sería en los meses de verano.

Y llegamos a la Fontana de Trevi, esta joya de agua y piedra, pero para mi decepción casi sin agua. Lo primero que recordé fue que años atrás llegamos abajo del todo a tocar el agua. Ahora había una valla que impedía bajar y estaba casi vacía. Cierto que estaba inmaculadamente blanca. Recién limpia, pero verla así fue sentir que había perdido parte de su esencia. Y de nuevo la gente se agolpaba. Había  vallas, personas dirigiendo a los turistas que se hacían fotos y más fotos sobre todo selfies, poniendo poses ridículas, extrañas caras…y siempre me digo que carecen por completo del sentido del ridículo. Es como contemplar un circo de payasos.

Pese a todo, la contemplamos una vez más, con los ojos de la bien entrada madurez –quizás me niego a decir “vejez”- : el centro dominado por la estatua de Océano conduciendo el carro en forma de concha que es tirado por dos caballos, uno enojado y otro plácido que son retenidos por dos tritones. 

Y a pesar de que hace 40 años no tiramos ninguna moneda, hemos vuelto a esta ciudad. Y lo que es más importante: los dos.

Y me traslado al miércoles, al último día en Roma porque de camino a la  Basílica de Santa Maria Sopra Minerva, volvimos a encontrarnos con ella. Pero entonces, estaba ya llena de agua, y también pudimos acercarnos así que disfrutamos, pese a los turistas,  de este mágico y único lugar con el esplendor que le da un “lavado de cara” que con el sol, reflejaba la blancura de la piedra contrastando vivamente con el azul del agua.

De la Fontana volvimos a introducirnos por las calles peatonales  casi vacías de turistas, y es entonces cuando  saboreamos la ciudad, sus rincones, sus edificios… hacia el Panteón, pero nos detuvimos antes en la Iglesia de San Ignacio de Loyola. 

Hay iglesias por todos los rincones y como dice Angel, todas son espléndidas, y esta no lo era menos.  

Es conocida principalmente por su “cúpula falsa”. La que se puede ver es, en realidad, una pintura en perspectiva hecha sobre un techo plano. Es un lienzo de 13 metros de diámetro sobre el cual su autor creo un efecto de engaño visual. Y la cola que había  en el exterior era para ver estos frescos a través de un espejo que se iluminaba previo pago y con el tiempo cronometrado, la gente hacia sus fotos.

Esta iglesia barroca tiene unas hermosas decoraciones interiores  que junto con el  uso genial  de la perspectiva en sus frescos, la policromía de sus mármoles, los estucos, la decoración pictórica y la riqueza de sus altares,  hacen su visita imprescindible  convirtiéndola en una de  las iglesia más suntuosas de la ciudad.  

Ahora vamos directos al Panteón. Al llegar vemos sus formas clásicas entre los edificios de la ciudad moderna, lo que nos produce una extraña sensación de anacronismo. No tenemos entradas y cuando llegamos hay una pequeña fila, bueno, hay dos una para el pago en efectivo y otra para el pago con tarjeta. En cinco minutos entramos.

Es uno de los monumentos mejor conservados de la Antigua Roma y esto ha sido posible por las transformaciones que ha sufrido a lo largo de su longeva vida.  

Este lugar no lo visitamos cuando vinimos aquí la primera vez y al atravesar  sus enormes puertas de bronce nos sumergimos  bajo la cúpula levantada hace 1900 años por el emperador Adriano. Nos impresiona  esta  gigantesca cúpula redonda, perfecta, por la que una ventana justo en el centro permite el paso de la luz. El edificio es redondo y en el perímetro está rodeado de capillas.

El Panteón constituye una de las cumbres de la arquitectura romana, perfecto en el equilibrio y armonía de sus formas y en su impecable construcción y contiene las tumbas de los dos primeros reyes de la Italia unificada, y también la del gran pintor renacentista Rafael. De nuevo, masas y masas de gente llenan este espectacular lugar.

Ahora ponemos rumbo a la Plaza Navona, en el corazón de la Roma medieval. Caminamos por calles ahora un poco más despejadas  por lo que siento que puedo respirar y disfrutar de esta ciudad, hasta que llegamos a esta hermosa plaza que luce sus tres fuentes limpias y por tanto, de un blanco inmaculado.

Su forma alargada se debe a que fue levantada sobre las ruinas  del estadio de Domiciano (de finales del siglo I) aunque su gran transformación se acometió durante el barroco.

Nos dirigimos a su principal atracción, la Fuente de los Ríos,  de Bernini. Contiene cuatro figuras monumentales, que representan los principales ríos de los cuatro continentes entonces conocidos. Pero paradójicamente no tiene agua.

Luego nos movemos hacia los extremos de la plaza donde se disponen simétricamente dos fuentes menores, con esculturas realizadas en el siglo XIX. Y casi me resultan más hermosas que la central, quizás porque las veo más sencillas, aparte de que el hecho de tener agua  contribuye a embellecerlas.

La plaza está rebosante de animación por el trasiego de turistas, muchos  descansando aprovechando las sombras que proyectan los palacios que la circundan.

Y en principio eran los objetivos para el día de hoy, pero estamos cerca del castillo de Sant Angelo, y éste, a su vez,  del Vaticano, lo que unido a que son las 11,30 nos hace tomar la decisión de continuar.

Y desde que hemos entrado en el Panteon tenemos ganas de ir al baño, pero, nos dirigen a los bares. No encontramos ningún servicio público.  Vamos a tener que ir a uno y  tomar algo para usar los baños, y claro, después, otro bar, para vaciar lo llenado en el primero. Estas ciudades tan inhóspitas para los visitantes me molestan mucho y Madrid es una de ellas.

Caminando hasta el castillo lo hacemos por calles donde apenas hay gente y es entonces cuando empiezo a descubrir aún más la belleza de las calles de esta ciudad o quizás a disfrutarla más al no tener tanto turista a mi alrededor. Viejos edificios, palacios, balconadas adornadas de macetas…algunos rincones crean estampas realmente bellas, y es como si viéramos ahora otra ciudad.

Una muchedumbre se congrega en el semáforo y comienza a caminar cuando éste les permite el paso y vamos hacia el río Tíber para atravesarlo. Nos acercamos ahora a este emblemático castillo que tenemos frente a nosotros y tras pasarlo veo un parque y lo primero que pienso es en encontrar un banco a la sombra para descansar, pero además tenemos un regalo, una señal de WC y allí nos dirigimos, a disfrutar de nuestro descubrimiento, pero cuando llegamos, me siento atracada. Nos piden 1,50 euros por cada uno. Pero no me lo pienso dos veces. La necesidad me empuja.

Aliviados y no sin dificultad, somos capaces de encontrar un banco a la sombra. Bancos hay con sitio, menos y con sombra, son casi inexistentes. Y recuerdo que estamos en mayo. Y allí permanecemos unos minutos observando a la gente disfrutar de sus bocadillos, trozos de pizzas o cualquier cosa que se pueda ingerir.

Tras este paréntesis vamos hacia el Vaticano.

Enseguida entramos en la Avenida de la Concordia y circulamos por el centro de ella dirigiéndonos hacia la impresionante plaza de San Pedro rodeada por la columnata de Bernini. Una vez allí, no sé aún por qué, decidimos ir hacia la Basílica por el lado izquierdo y cuando llevamos la mitad de nuestro camino recorrido, comenzamos a pensar que  si queremos entrar quizás lo tengamos que hacer por el lado derecho. Y así nos lo confirman y para ello, tenemos que deshacer el camino, volver a la entrada de la plaza e ir hacia la derecha. Pero allí una multitud hace cola para  pasar por  unos arcos que además están a una buena distancia de la Basílica. Calculamos que podemos estar allí más de media hora y como no tenemos entradas ni intención de visitar los Museos Vaticanos, únicamente entrar en la Basílica, decidimos irnos.

Y ahora ya damos por terminado nuestra visita por hoy para poner rumbo al metro del que nos separaban unos 500 metros. Directos a Termini, Tranvía y a las 14,30 estábamos ya en casa. Comida, descanso, ducha y tranquilidad para reponernos. Hoy hemos caminado durante aproximadamente cinco horas y media y realizados 10 km.

Para mañana tenemos entradas para el Coliseo y el Foro y seguramente nos acercaremos a las Termas de Caracala que no las conocemos.

Y nuestra visita se empieza a complicar. Inicialmente en Roma íbamos a emplear los días que nos sobraran de nuestro recorrido, uno, dos…y ya son cuatro. Y esos días estarían destinados a caminar por la ciudad, a pasear por ella, sin museos, iglesias…y no lo estamos haciendo, con lo cual confirmamos que Roma es una ciudad a la que puedes dedicar los días que se deseen sin aburrirse.

27 de mayo, Martes

Itinerario: Roma. Coliseo-Foro-Iglesia S. Clemente de Letran-Boca de la Verdad.

Pernocta: L.G.P. - Camper Parking . Roma. (41.8748, 12.5544).30 euros

Nos levantamos y planificamos las visitas para hoy. Después del Coliseo iremos el foro, al Palatino,  y añadimos la iglesia de San Clemente de Letrán, sugerencia de nuestra nuera,  que está cerca del foro y por último,  y si nos da tiempo, la Boca de la Verdad.

Salimos pronto, a las 8,45 ya que a las 10,15 tenemos la hora de entrada en el Coliseo.

Hoy esperamos un poco menos a la chatarra del tranvía. Luego la línea B hasta Coliseo y salimos prácticamente frente a él. Y al salir y en una primera mirada se mezcla la impresionante vista de este milenario monumento con la de montones, y montones de gente, colas interminables, grupos,…de verlo, me estreso.

La sensación inicial es un poco caótica por lo que tengo que preguntar dónde se encuentra la entrada  individual. Aunque falta media hora lo intentamos pero cuando ven las entradas nos  dicen que esperemos diez minutos hasta las 10, y así lo hacemos. Añadir que hay varios tipos de entrada, con precios también distintos en función de la “experiencia” que se quiera vivir o lo que se desee visitar. Nosotros elegimos la más sencilla. Con tantísima gente no lo hubiéramos disfrutado.

A esa hora iniciamos los “trámites de entrada”. Y  lo llamo así,  “trámites” porque es complicado: varios controles de ticket, en uno hasta nos piden el DNI, que no miran, pero lo hacen sacar, y por último, arco de metales y escanner.

Absorbidos por la masa, caminamos ya por el interior del coliseo.  Pero no soy capaz de disfrutar de nada, me siento fagocitada por tanta y tanta gente. Vemos un baño,  pero una interminable cola nos hace desistir.

Ascendemos al primer nivel y nos van dirigiendo a todos por el mismo sitio, es una romería, masas caminando en el mismo sentido, y no podemos salir al exterior hasta que no llegamos a determinados puntos, todos juntos, apelotonados.

Y por fin nos permiten asomamos a la arena, pero lo que veo no es mejor que lo que pudimos contemplar en el anfiteatro de Caserta. Y allí, aparte de verlo solos, pudimos admirarlo con los pies  sobre la tierra.

En una primera impresión, es cierto que el Coliseo es un edificio magnífico, impresionante, grandioso en todas sus dimensiones,  y que comparado con el anfiteatro Campano de Caserta, éste parece como a una escala inferior, pero ambos tienen cierto aire de similitud, y de hecho dicen que sirvió de modelo para construir el Coliseo.

Pero también es cierto  que las ingentes masas de gente, los grupos de turistas que lo llenan todo, mires donde mires, le hacen perder mucho encanto y no puedo dejar de ver las imágenes de nuestra visita al de Caserta casi en completa soledad. Poder pisar la arena, caminar por los subterráneos, ver las paredes y piedras cubiertas de musgo, de hierbajos…tuvo una magia especial que aquí no encontramos.

Y ahora, con la comparación de ambos y el tiempo de perspectiva, recomendaría la visita al de Caserta una y mil veces y si se visita Nápoles me parece imprescindible no perdérselo.

Y es que parecería que ambos se podrían completar. En el Coliseo destacan las galerías superiores que ascienden hasta cuatro pisos y ofrecen una brillante vista panorámica del interior. Pero en el Campano lo destacable es  el suelo que al igual que en el coliseo estaba hecho de madera y cubierto de arena, ocultando todo el entramado subterráneo, el hipogeo, por el que pudimos caminar.   

El Coliseo permitía a más de 50.000 personas disfrutar de sus espectáculos preferidos (recuerdo que el Campano de Caserta podía albergar a 40.000)

En resumen: Magnifico, imponente, grandioso, pero muchísima gente. A mi gusto, demasiada y para mi, pierde el encanto y aunque hago esfuerzos por imaginármelo en su esplendor, con las gradas llenas de espectadores, con los gladiadores en la arena…no lo consigo, solo veo multitudes que van  y vienen y se mueven nerviosas por todos los rincones.

Atrás dejamos el Coliseo para ir al Foro.

Nos encontramos con una enorme cola de esas densas que son más bien columnas, de 100 metros de longitud, y al sol. Tardamos unos diez o veinte minutos en llegar a la entrada. De nuevo por la avenida principal, ríos de gente que con sus ropas de colores lo inundan todo hasta desbordarlo, guías con el palo, o la antena con su distintivo propio en la punta, grupos que los siguen,…difícil moverse en línea recta.

La visita la foro es imprescindible, pero con menos visitantes yo lo disfrutaría. Nos sumergimos entre las gentes y tratamos de disfrutar de este singular entorno, de los restos de lo que hace 3000 años fue y ya no es, de su grandiosidad, de su esplendor pasado.

Estamos en el centro de la vida pública de la Roma de hace 3000 años. Antiguamente, esto  era una zona pantanosa pero a finales del siglo VII a de C este lugar comenzó a tomar forma y así permaneció durante un milenio. Durante siglos, se fueron construyendo distintos monumentos comenzando por los edificios para las funciones políticas, religiosas y comerciales para después continuar con las basílicas civiles donde se desarrollaron actividades judiciales convirtiéndose en el corazón de la ciudad. Sus edificios reflejaban la grandeza del Roma.

Nos detenemos en el arco de Tito que está en restauración y que fue construido tras la muerte de este emperador. Es un arco del triunfo que conmemora la victoria de Roma sobre Jerusalén y continuamos perdidos entre la gente y los restos de lo que un día fue le centro casi del universo desde Finisterre hasta el río Tigris.

Pero me pasa como en el Coliseo, que no llego a disfrutarlo del todo, que estoy más pendiente de no ser fagocitada por las masas que van y vienen, por los grupos, que por lo que estoy viendo. Es una sensación extraña, me quiero ir, porque hay demasiadas personas, pero sé que tengo que quedarme y si me quedo, he de intentar absorber, disfrutar lo que veo, porque ahora todo es así, todo ha cambiado, ya no es como antes.

No obstante me esfuerzo por rememorar la Roma de entonces, sobre todo a partir del siglo I a.C cuando todo esto era lujo: más de 182 días de fiesta oficiales, espectáculos, distribución de víveres. Además de los grandiosos espacios del Coliseo y el Circo Máximo, el Foro Romano era el lugar preferido para los encuentros cívicos: entre políticos, hombres de negocios, gobernantes y pueblo llano, curiosos y oportunistas, viajeros o esclavos. Me esfuerzo…pero…no lo consigo.

Subimos a la colina del Palatino donde se encuentran las ruinas de la residencia imperial, comenzada por Augusto y agrandada de forma espectacular por sus sucesores. También intentamos  encontrar una terraza asomada sobre el foro para disfrutar de la vista desde allí, pero no conseguimos llegar al mirador y solo cuando descendemos, localizamos la subida,  pero ya no teníamos ni ganas, ni tiempo porque en una breve parada cobijados por la sombra de unos enormes pinos, habíamos comprado las entradas para visitar a las 14 horas la iglesia de San Clemente de Letrán.

Así que salimos del foro, dejamos las masas atrás, rodeamos el Coliseo admirando sus dimensiones exteriores para dirigirnos a esta pequeña Basílica separada tan solo 300 metros del Coliseo. Vamos además localizando restaurantes ya que uno sucedía a otro y fuimos tomando nota para poder comer después.

Llegamos a las puertas de esta Basílica quince minutos antes y nos sentamos tranquilamente a esperar que abriera. Y puntualmente lo hizo.

Construida sobre el siglo IV y dedicada a San Clemente, el tercer Papa después de San Pedro. Consiste en dos iglesias superpuestas, construidas sobre edificios romanos de la época republicana y los restos de un templo del dios Mitra.

Accedemos a la primera iglesia pero enseguida comenzamos a descender niveles.  En la basílica inferior encontramos varios frescos y en el más inferior hay edificios romanos de la Edad Imperial y un Mitraeum del que se conserva un altar de mármol con la representación de la matanza del toro por Mitra.

Así que es un conglomerado de templos, una sucesión de épocas lo que recogen estos pocos metros y según caminamos por el subterráneo vamos siendo conscientes de la peculiaridad de este lugar que recoge varios siglos de historia de la ciudad. Sin duda, merece la pena por su singularidad. Es un lugar único y que solo requiere media hora.

Una vez fuera localizamos un pequeño restaurante donde disfrutamos de nuestro menú preferido: ensalada y pizza, y fueron muy generosos, tanto en la ensalada como en las pizzas, de la que casi nos empachamos.

Ahora teníamos que digerirlas así que decidimos ir a la Boca de la verdad para lo cual teníamos  que caminar veinticinco minutos. Recorrimos todo un lado del enorme Circo Máximo, y luego unos 200 metros más para llegar allí.

Se encuentra en una de las paredes   de la Iglesia de Santa María in Cosmedin. Y cuando llegamos…otra vez más de lo mismo: colas, pero para hacerse una ridícula fotografía metiendo la mano en la boca con posturas o gestos fingidos. Y esto, sí que me cuesta digerirlo, más que la enorme pizza sobre todo porque el único misterio que tiene esta enorme máscara de mármol,  es que se  cuenta que mordía la mano de aquél que mentía. Eso es todo. Mirándolo objetivamente, si se tiene tiempo, se disfruta de un “circo” viendo las poses y las caras de la gente.

Así que hice la fotografía de la boca desde fuera y como pude, la disfruté un rato, entramos en la iglesia y nos fuimos. Ahora ya era hora de regresar. Eran las 16,30 horas. Esta vez llevábamos ya más de siete horas y media caminando.

Y aún no habíamos acabado. Tocaba recorrer el otro lado del Circo Máximo hasta llegar al metro. De allí al tranvía y llegamos a casa alrededor de las 17,30, a punto de fallecer, cansados y sudorosos, así que de cabeza a la ducha y descanso….relativo.

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